A la memoria de Pedro Castro Espinoza, mi tío abuelo un antifascista cabal y consecuente.

Cuarta parte.

“La visión de una sociedad auto-administrada, libre de represión y de estado, demostró ser impracticable, en las condiciones dadas de poder y a la vista de las necesidades militares y las exigencias de la guerra. Sin embargo, sí que existía la posibilidad-también parcialmente aprovechada durante los primeros meses- de hacer valer con mayor intensidad en la vida política, social y económica en su conjunto las ideas de la determinación libre. Haber restringido sistemáticamente más allá de lo exigido por las necesidades de la guerra este ámbito democrático de acción fue la responsabilidad de los partidos del Frente Popular. No haberlo utilizado en su plenitud fue la ocasión perdida por los anarquistas. Los elementos de una democracia social, inserta aún en procesos primarios de aprendizaje, fueron suprimidos antes de finalizar la guerra civil. La idea de transformar en praxis en la base de la sociedad una democracia llena de contenido social fue la posibilidad y al mismo tiempo la ocasión perdida de los portadores de la revolución social en la guerra civil. En este sentido, la revolución española ha permanecido inconclusa y sigue siendo todavía un deber y una tarea” Walther L. Bernecker.

La contradicción planteada entre la imperiosa y vital necesidad del proletariado  de los grandes centros urbanos, como también de las regiones mineras como Asturias, además del campesinado andaluz y de otros parajes ibéricos de dar impulso a la revolución social española, en términos de todos sus alcances posibles y la pretensión o necesidad de suyo planteada de obtener la victoria en una guerra convencional, de proporciones insospechadas, por parte de los restos del aparato estatal de la Segunda República Española y de unas “nuevas fuerzas armadas republicanas” que debieron ser  reconstruidas apresuradamente sobre los mismos teatros bélicos surgidos, a partir de las sucesivas operaciones efectivas de combate acaecidas en pocos días, a partir del 17 al 18 de julio de 1936, al haberse sublevado en su contra la mayor parte de la oficialidad de las fuerzas armadas existentes, lo que llevó a la  rápida conformación de unas milicias obreras anarquistas, socialistas y comunistas que derrotaron in situ, y por vías no convencionales a las guarniciones que se habían sublevado en algunas de las ciudades más importantes del país, como fue el caso de Barcelona, Madrid, Valencia, Málaga y otras. Fue el empuje decisivo y vigoroso del proletariado catalán, madrileño y levantino principalmente el que condenó, desde los primeros momentos, a un fracaso estrepitoso a los militares facciosos alzados en armas junto los falangistas y los requetés, partidarios de la restauración de la monarquía borbónica, si bien una parte de la oficialidad del ejército permaneció leal a la república, junto con los guardias de asalto republicanos que combatieron muchas veces en condiciones muy desiguales contra los facciosos, además de algunos números de la guardia civil los que sobre todo, en el caso de Cataluña, se unieron al combate junto con las milicias obreras para derrotar al fascismo en los centros urbanos y regiones más importantes del país.

La revolución obrera y campesina que había derrotado el alzamiento fascista entraba, casi de súbito, en una abierta contradicción con los requerimientos y la sangrienta perspectiva de una guerra convencional que había quedado planteada, al dividirse el país en una zona nacional y otra republicana, contando los fascistas desde el principio con el decisivo concurso del apoyo material, financiero, militar, además de logístico de la Alemania Nazi y la Italia Fascista, con la que los falangistas habían suscrito en 1934 un acuerdo de apoyo para sus acciones subversivas, en contra el gobierno republicano. Mientras que la República Española fue dejada a su suerte por las burguesías imperialistas de Inglaterra y Francia, las que le impusieron un embargo de armas, en nombre de una política de no intervención,  con la supuesta pretensión de apaciguar al nazifascismo alemán e italiano, mostrándose timoratas frente a todo un bloque de poder que no dejó de mostrar, en ningún momento, su talante y decisión política cada vez más agresivos, durante la segunda mitad de la década de los 1930, los que en consecuencia culminaron en un nuevo conflicto bélico, una nueva guerra civil europea, a la que ahora se conoce como la Segunda Guerra Mundial. Esta situación tan desventajosa sólo fue contrastada, en alguna medida, por la ayuda militar y financiera de México, dentro de sus limitadas posibilidades y la de la Unión Soviética, con una asistencia militar que estuvo condicionada a los requerimientos geopolíticos de la política exterior del régimen de José Stalin y a la gravitación de los hechos de un período sombrío, durante el que la gran mayoría de la dirigencia bolchevique que había encabezado la revolución socialista de 1917, fue exterminada no sin antes soportar la tortura y los infamantes procesos de Moscú, de los años de 1936 y 1938, entre ellos algunos combatientes que habían llegado a España al principio de la guerra civil, además de las miles de ejecuciones sumarias que comprendieron el fusilamiento de la mayor parte de la oficialidad del ejército rojo, bajo la sospecha de conspirar contra la dictadura estalinista. Estos graves hechos, ocurridos  de manera simultánea en la Rusia Soviética, impactaron directamente sobre la revolución española y el curso mismo de la guerra civil,  aunque también empezaron a jugar un papel muy importante en la confrontación bélica misma, como uno de los apoyos importantes en el esfuerzo para enfrentar a los fascistas de Franco, los miles de socialistas, comunistas, anarquistas y otros militantes antifascistas de toda Europa y de otras latitudes, quienes, a partir del 7 de noviembre de 1936, en medio de uno de los momentos más dramáticos del conflicto, tomaron  parte decisiva en la defensa de Madrid, cuando el gobierno republicano había dejado la capital, al lado de los sindicatos y las milicias obreras anarquistas y socialistas. Esos miles de combatientes, de las más diversas procedencias, encuadrados en las llamadas brigadas internacionales, que estaban integradas por antifascistas decididos a retar a la muerte, fueron los combatientes experimentados que luego enfrentarían al nazifascismo en casi todos los países de Europa ocupada por la wehrmacht alemana, durante el curso de la Segunda Guerra Mundial. Para tener una idea del dramatismo y la gravedad de la situación en Madrid, durante los días anteriores al 7 de noviembre de 1936, convendría citar algunos párrafos de la obra del escritor y periodista español Manuel Chaves Nogales LA DEFENSA DE MADRID Primera parte Grupo La Nación SA. San José Costa Rica 2014 “-¡Que vengan los jefes de las columnas!¡ Todos los jefes aquí antes de una hora!-ordena el general Miaja. Es su primera disposición. Parten los motoristas petardeando la noche tenebrosa es busca de los jefes de las dispersas columnas que se han refugiado en el casco de la población. La gesta de Madrid comienza…(p.10) “ Los jefes de las dispersas columnas van llegando al Ministerio. Entre ellos hay viejos oficiales postergados por la monarquía que se sienten ligados de por vida la República y que fracasan en el empeño imposible de dar disciplina y cohesión a unas masas de milicianos antimilitaristas que no tienen en ellos ninguna confianza. Otros, son hombres de acción de los partidos revolucionarios, bárbaros caudillos del pueblo, guerrilleros típicamente españoles, dignos descendientes del Empecinado, hombres jóvenes, fuertes, temerarios; pero incapaces de sostener la lucha contra un ejército moderno y bien equipado con tanques y aviación. Desde Extremadura han venido replegándose hasta Madrid sin haber podido oponer al enemigo una verdadera resistencia. Sus columnas de voluntarios entusiastas e indisciplinados se deshacen como la espuma apenas chocan con las vanguardias aguerridas de los marroquíes y del Tercio…Ahora, ante el general Miaja, estos hombres cuyos rostros demacrados reflejan la impotencia y la desesperación bajan la vista avergonzados, llenos de rencor y de odio por no haber acertado a convertirse en los héroes legendarios que soñaron ser…El viejo general les habla con palabras tajantes. Por entre las mandíbulas apretadas de Miaja salen frases crueles como latigazos. A estos hombres rebeldes nadie se había atrevido jamás a hablarles en este tono…El gobierno se ha ido-les dice Miaja- Madrid está a merced del enemigo. Ha llegado el momento de ser hombres. ¿me entienden bien? Hay que ser hombre. ¡Machos!…Los jefes de las columnas, en semicírculo, escuchan inmóviles y silenciosos al viejo general que les increpa…¡Ser machos! ¡Saber morir! ¡Eso es lo que falta! ¡Quiero que los hombres que estén conmigo sepan morir!…Miaja les vuelve la espalda. Hay una pausa interminable. Cada uno de aquellos hombres ha sentido las palabas de Miaja como si recibiese un trallazo en pleno rostro…-Si hay alguno que no sea capaz de eso, de morir, más vale decirlo ahora ¿Hay alguno?- interroga mirándoles a la cara uno por uno…Nadie responde. Pero se ve brillar en los ojos febriles de todos la decisión heroica de perder la vida antes que retroceder un paso”(p.p.13-14).

La revolución social española, enmarcada en estas contradicciones tan terribles y a la larga irresolubles, cobró una gran fuerza e impulso iniciales en Cataluña, Aragón y el Levante además de algunas regiones de Castilla, durante el período comprendido entre julio de 1936 y junio de 1937, a las que el escritor inglés George Orwell, que combatió en las milicias del POUM, dedicó algunas líneas en su obra “Homenaje a Cataluña” donde dijo que: ”El aspecto sobresaliente de Barcelona sobrepasaba toda expectativa. Esta era la primera vez en mi vida  que me encontraba en una ciudad donde la clase obrera había tomado la delantera. En poco tiempo todos los inmuebles de alguna importancia habían sido tomados por los obreros y sobre los techos flotaban las banderas rojas o las banderas rojas y negras de los anarquistas (…) Toda tienda, todo café portaba una inscripción dándonos información de su colectivización; hasta en las cajas de los limpiadores de botas que habían sido colectivizadas y pintadas en rojo y negro (…) Todo esto era extraño y emocionante. Una buena parte permanecía incomprensible dentro de mí y lo mismo, en un sentido, no me complacía: pero había aquí un estado de cosas que me pareció sobre el terreno como valiendo la pena de que uno se bata por el”(Versión libre del texto de Frédéric Goldbronn et Franz Mintz        Une utopie réalisée QUAND L’ ESPAGNE RÉVOLUTIONNAIRE VIVE EN ANARCHIE  Le Monde diplomatique Décembre 2000). Este empuje inicial revolucionario llegó a su auge, durante aquellos meses iniciales de la revolución, para ir declinando después bajo la presión de un reconstruido aparato de estado republicano, cada vez más influenciado y controlado por la influencia de la Unión Soviética, además de estar condicionado por los brutales y desgastantes requerimientos de una guerra que se fue tornando cada vez más difícil de ganar. Los choques armados en Barcelona, durante los primeros días del mes de mayo de 1937,  que dieron lugar a cientos de muertos, especialmente alrededor del edificio de la Telefónica controlado hasta entonces por la FAI CNT, entre los milicianos anarquistas y de los trotskistas disidentes del POUM, por un lado y las milicias del PCE y sus aliados del PSUC, por el otro, terminaron por favorecer a estos últimos al dar origen a la caída del gobierno del socialista Francisco Largo Caballero(1893-1946), sin que los anarquistas pudieran contrarrestar las acciones de control hegemónico de sus adversarios reformistas en Cataluña, quienes se lanzaron a la destrucción del POUM. El nuevo gobierno, encabezado por Juan Negrín, toleró y tomó parte en la proscripción y la persecución del Partido Obrero de Unificación Marxista(POUM), una importante fuerza revolucionaria, encabezada por el dirigente obrero de gran trayectoria en Cataluña Andrés Nin(1896-1937), cuya detención, tortura y asesinato por la cheka estalinista, en el mes de junio de 1937, marcó uno de los momentos más dramáticos y nefastos de esta confrontación, marcando la declinación de los partidarios de la revolución social española, aun antes de la derrota militar del bando republicano, a partir de 1939, dado que las conquistas revolucionarias venían siendo hostigadas desde el PSUC y el PCE, a partir del otoño de 1937.

Para Jesús Aller, en un reciente artículo publicado en Rebelión, bajo el título “Colectividades y revolución social. El anarquismo en la guerra civil española (1936-1939)” de Walther L. Bernecker” resulta importante hacer referencia al trabajo doctoral de este autor bávaro son el tema de las grandes contradicciones entre los comunistas y los anarquistas, desde el inicio mismo de la guerra civil, donde sucede que” Los primeros habían reivindicado mucho tiempo una toma del poder por los soviets, pero tras el cambio de estrategia decretado por la Internacional Comunista en mayo de 1934 pasan a defender los frentes populares y una revolución democrático- burguesa. Bernecker, siguiendo a otros autores, ve en ese giro sobre todo un intento de Stalin de confraternizar con las potencias occidentales en aras de la seguridad exterior de la URSS. Durante la guerra civil, esta política provocará la alianza del PCE con socialistas reformistas y republicanos, y una oposición a las transformaciones revolucionarias ocurridas, que acabó siendo un factor de desmovilización de consecuencias no desdeñables sobre el esfuerzo militar”(op.cit p.1) .Más tarde, durante la segunda mitad de 1938, cuando la Unión Soviética negocia la salida de las Brigadas Internacionales se acentúa el debilitamiento del bando republicano, sobre todo después de la Batalla del Ebro y la caída de Barcelona, que serán algunos de  los hechos más notables que marcarán el fin de la guerra civil y la derrota de la Segunda República Española, la que había despertado tantas esperanzas entre las clases populares y entre la intelectualidad más progresiva de toda la historia española, al comienzo de aquella trágica década de los 1930 que estaba llegando a su fin, con la inmensa tragedia que marcó el inicio de una sangrienta y aplastante dictadura totalitaria: la del fascismo católico español que duró casi cuarenta años, cuyas consecuencias se sienten todavía en nuestros días.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica(UNA).