A la memoria de Pedro Castro Espinoza, mi tío abuelo un antifascista cabal y consecuente.

Primera parte.

En este mes se cumplen ochenta años del inicio de la Guerra Civil Española (1936-1939), sin que las heridas que dejó abiertas esa confrontación bélica tan encarnizada, tan propia de esta modalidad del conficto bélico, que es precisamente la guerra civil(v.g.r. “Dans la guerre civil, tout est permis” entretien avec Jean Clément Martin  Revue L’ Histoire n° 267 juillet-Août 2002 page 56), la que preparó el camino para lo que ahora conocemos como la Segunda Guerra Mundial y dio origen al régimen franquista, una vez concluida la fase bélica (un encarnizado fascismo, que se entronizó con  el apoyo militar de la Alemania Nazi y la Italia Fascista, además de la complicidad de Inglaterra y Francia durante toda la fase bélica, pero que fue, sobre todo en su esencia, un régimen sanguinario y represivo, que llegó en sus actos hasta unos límites incompatibles con la dignidad del ser humano, que estuvo basado en las prácticas de un catolicismo integrista y feroz, con la complicidad de alta jerarquía de esa iglesia, cuyos crímenes permanecen hasta la fecha en la impunidad), a la que sucedió durante un período casi cuatro décadas, hayan podido cerrarse, en modo alguno.

Dentro de la memoria de lo que fueron unos cruentos y despiadados hechos bélicos que dieron inicio, cuando entre el 17 y el 18 de julio de 1936, la mayor parte del ejército y las organizaciones políticas de la derecha española, sobre todo los falangistas y requetés monárquicos, con la complicidad de la mayor parte del clero católico, excepto en la región vasca, iniciaron un levantamiento armado contra la Segunda República Española, la que había dado inicio en medio de grandes expectativas el 14 de abril de 1931, cuando el monarca Alfonso XIII abdicó y se fue al exilio, tras una consulta electoral que le fue adversa, a la caída de la dictadura de Miguel Primo de Rivera(1923-1930), un período de intensa persecución para las organizaciones de la clase obrera, principalmente la Confederación Nacional del Trabajo o CNT, de filiación anarquista y la Unión General de Trabajadores UGT, de filiación socialista. Resulta imposible, en modo alguno, negar que las  graves contradicciones entre las izquierdas y las derechas dentro de la República, con el tristemente célebre Bienio Negro y la Revolución o revuelta de Asturias, de octubre de 1934, protagonizada sobre todo por los mineros de esa región del norte de España, con la participación de los socialistas de la UGT, los anarquistas de la CNT y los comunistas, además de la cruenta represión a que dio lugar una vez derrotada, fue crispando el ambiente político y social, en un país con gran atraso en los órdenes de lo político y lo social. El triunfo electoral de las izquierdas, en febrero de 1936 y la liberación de miles de detenidos, en su gran mayoría participantes de la revolución de Asturias, marcaron un breve y tenso paréntesis, previo a la cruenta guerra civil que estaba por dar inicio, aunque algunos ministros de la propia república, de manera ridícula lo negaran, incluso a pocas horas del levantamiento armado de los militares fascistas.

Los generales Franco, Sanjurjo, Mola y Queipo del Llano lanzaron el alzamiento desde el protectorado de Marruecos, a partir del viernes 17 de julio, y atacaron con alguna dosis de suerte en Andalucía, donde sublevaron los cuarteles, logrando tomar Sevilla, Córdoba y otras ciudades ante la indecisión de las autoridades republicanas, muchas cuales no quisieron repartir las armas entre los trabajadores, dentro de los que nunca faltó la determinación para el  desigual combate planteado. Lo cierto es que en Andalucía durante aquellos primeros meses del conflicto bélico, mientras las ciudades fueron cayendo en manos de los fascistas, el campo y la gran mayoría del campesinado permanecieron fieles a la república.

La respuesta armada al alzamiento fascista más determinante, en un primer momento, estuvo encabezada por el proletariado catalán y el madrileño, en el caso del primero bajo la conducción de Buenaventura Durruti (1897-1936), el líder de las organizaciones obreras anarquistas más importantes: la Federación Anarquista Ibérica(FAI) y la ya mencionada CNT, la que tuvo lugar entre la noche del sábado 18 al 19 de julio y durante todo el día siguiente, en que se combatió en las calles de Barcelona, hasta muy entrada la tarde de ese mismo domingo 19, mientras que al conocerse en Madrid las noticias de lo ocurrido en Cataluña, al ser derrotado el fascismo y los militares alzados en armas,  las organizaciones obreras se aprestaron a la lucha armada y después de cruentos combates tomaron el famoso cuartel de la Montaña y derrotaron a los sublevados, también en la capital del país, con lo que el territorio español fue quedando dividido, de manera gradual, en dos partes y con ello daba así inicio a una prolongada, sangrienta y cruel guerra sin cuartel entre los llamados bando republicano y el nacional, a lo largo de casi tres años, dentro de lo fue un conflicto bélico con resonancias casi planetarias, además de unas temibles consecuencias que también lo fueron.

En Cataluña, afirma el escritor y líder anarquista   José Peirats, en su libro “La CNT en la revolución española”, obra en tres tomos, editada en París, en 1971, por la editorial española en el exilio Ruedo Ibérico, lo siguiente: “Cuando comenzaron a cundir los rumores sobre la sublevación, una representación del Comité regional y de la Federación local de Barcelona estuvo en la Generalidad y en el Gobierno Civil para exigir la entrega del armamento al pueblo. El resultado fue negativo. En consecuencia, el mismo día 17 de julio, los militantes confederales del Transporte tomaron por asalto los “cuartos de armas” de los barcos Manuel Arnús, Argentina, Uruguay y Marqués de Comillas, anclados en el puerto de Barcelona. Las armas recogidas fueron depositadas en el local del sindicato. Una crisis de pánico sacudió a las autoridades. Conocido por éstas el paradero de las armas, ordenaron a la fuerza pública su inmediata recuperación. El sindicato del Transporte fue rodeado por los guardias de asalto. Pero ante la enérgica decisión de los confederales, que se negaban a entregarlas, se llegó a duras penas al acuerdo de entrega simbólica de una pequeña cantidad de ellas, quedando el grueso del alijo en manos de quienes, llegado el momento, demostraron saber cómo manejarlas”(Peirats, 1971, p.141) Este era el estado de ánimo que reinaba en Barcelona, durante el 17 y el 18 de julio, mientras que en Madrid, la situación era considerada de tal gravedad que durante “El día 18 por la noche, el comité nacional de la CNT declaró desde el micrófono de Unión Radio, de Madrid, la huelga general revolucionaria, invitando a todos los comités y militantes a no perder el contacto y a velar arma al brazo en el interior de los locales. El mismo Comité nacional procedió aquella misma noche a enviar delegados a todas las regionales, con consignas precisas”(Peirats, 1971, p. 141).

Mientras tanto en Cataluña, sucedió que: “En la madrugada del 19 de julio, gran parte de la guarnición barcelonesa abandonó los cuarteles para ocupar rápidamente los puntos estratégicos de la capital”(Ibidem). El enfrentamiento entre la clase obrera y los militares sublevados quedaba así planteado como un hecho, para las primeras horas de aquel domingo 19 de julio de 1936, cuando según Peirats “…empezó a producirse la reacción popular. Uno de los primeros choques tuvo lugar en la llamada Brecha de San Pablo, a corta distancia del Sindicato Único de la Madera. Los militantes del sindicato construyeron en pleno Paralelo una potente barricada, desde donde tuvieron a raya a las tropas durante cuatro horas” y aunque los confederales perdieron momentáneamente el local del sindicato, el que fue destruido por los militares sublevados “ A las doce se produjo un contrataque confederal envolvente por la retaguardia enemiga, que condujo a la victoriosa recuperación de las posiciones perdidas….A esta misma hora se producían hechos decisivos en el centro de la ciudad. Los grupos anarquistas, mezclados con guardias de Asalto y algunos números de la guardia civil, completaban el cerco de los focos facciosos de la Plaza de Cataluña. Sólo el éxito de nuevas fuerzas facciosas procedentes de los cuarteles de San Andrés y los Docks podía despejar la situación de los sublevados. Estos efectivos debían converger y trabar contacto con las fuerzas ya comprometidas. Su objetivo era el Gobierno Civil y el enlace con la con Capitanía general y Atarazanas (un cuartel, donde se combatió hasta muy entrado ese día y el siguiente, en cuya toma fue muerto Francisco Ascaso, uno de los líderes más queridos de la CNT). El proletariado confederal de la Barceloneta, unido a contingentes de la fuerza pública, defraudó completamente las esperanzas de las columnas de refresco, compuestas por regimientos de caballería y artillería. Los violentos combates librados en la Avenida de Icaria inclinaron el triunfo del lado del pueblo. En la lucha cuerpo a cuerpo quedó completamente resquebrajada la disciplina militar. Mezclados los soldados con el pueblo, no tardaron en sufrir su contagio, produciéndose inmediatamente una corriente de simpatía popular. Los soldados empezaron a romper las guerreras y volver las armas contra sus jefes”(Peirats, 1971, p.p. 141/142).

En la capital española, el día lunes 20 de julio, según la obra ya citada de Peirats “David Antunes, secretario provisional del comité nacional (de la CNT), con sede en Madrid, atestigua lo siguiente: “Residencia del Comité Nacional de la CNT. Una habitación estrecha y obscura. Apenas si podemos movernos. Voces desordenadas, gritos, fusiles, muchos fusiles. El teléfono no cesa de llamar. No hay posibilidad de entenderse. Sólo el ruido de los cerrojos de los fusiles, manejados por compañeros que quieren aprender deprisa el manejo de los mismos, deja oir su canto de guerra. Llegan noticias alarmantes. Todos los cuarteles de Madrid se han levantado en armas. Toledo, Guadalajara y Alcalá de Henares han hecho lo propio. Estamos cercados. En torno a Madrid los fascistas han logrado forjar un cinturón de bronce. Ya no es sólo el cuartel de la Montaña, que en esos momentos (once de la mañana del día 20) está siendo bombardeado por un aparato leal. La indignación va subiendo, ganando a todos. Madrid se  abrasa, en aquella hora única, en sus propias llamas. Tiros por todas partes. Se dice que por el Barrio de Salamanca los fascistas han logrado hacerse dueños de numerosos lugares estratégicos. Cojo el teléfono. Órdenes a las barriadas. Hay que ahogar la rebelión cueste lo que cueste. Sigue el bombardeo. Madrid parece un infierno. La bravura de sus hijos en aquellas horas dramáticas merece ser escrita en letras de oro. Por la Gran Vía descienden unos soldados de caballería hacia el cuartel de la Montaña. Son hijos del pueblo que vienen de Vicálvaro con algunas piezas de artillería. La gente nos los deja avanzar. Se arrojan a ellos, estrechándolos en sus brazos ¡Muchos lloran de alegría! Automóviles, numerosos automóviles, cruzan veloces, llevando racimos humanos colgados de los estribos. Grandes columnas de humo se elevan por sobre los edificios de Madrid hacia el cielo. De todas las iglesias y conventos “se zumba” de lo lindo. No hay un momento de reposo. El pueblo parece movido por un único resorte. La fiebre nos abraza a todos. Puede decirse que todo Madrid se ha puesto en pie. A medida que va conociéndose lo grave de la situación, aumenta el ardor revolucionario en el pueblo. Este parece tener un solo cerebro y una sola voluntad. Ningún poder, piensa uno, podrá  dominar este ciclón. Los que lo han desatado tendrán que morder el polvo de la derrota. El teléfono suena una vez más. Cojo el auricular, y un compañero me grita que el cuartel de la Montaña ha caído. Los de la CNT, a la cabeza, despreciando la muerte, con algunos guardias de Asalto y jóvenes socialistas, entran en tromba arrasándolo todo. Era el poder el pueblo que se disponía a hacer justicia. La única justicia creadora y fecunda. En aquella hora solemne (doce del mediodía del 20 de julio de 1936) moría a manos del pueblo todo un régimen. Las balas que segaron la vida de oficiales y jefes del Ejército del cuartel de la Montaña no mataron a unos hombres: mataron a toda una sociedad”(Peirats, 1971, p.p. 143/144). Con ello había dado inicio la revolución española, con las metas y objetivos de la clase obrera y el campesinado con  sus organizaciones de lucha, aunque a la larga resultara imposible derrotar al fascismo español, que estaba apoyado por sus congéneres nazis y fascistas alemanes e italianos, además de la complicidad de Inglaterra y Francia, las que abandonaron a la Segunda República Española a su suerte, aunque después les correspondiera ser las víctimas de los bombardeos masivos de la aviación alemana o luftwaffe, la que en abril de 1937, había bombardeado la población vasca de Guernica, causando innumerables víctimas.

Con estos hechos tan dramáticos y sangrientos, quedó planteado un conflicto cuyas heridas y recuerdos más dolorosos sacuden la memoria de las nuevas generaciones, sobre todo por la impunidad de los crímenes del régimen franquista, cuyos herederos ha procurado, por todos los medios y con innumerables complicidades, antes y durante la mal llamada transición a la democracia en España, a partir de 1978 y hasta el presente, hundir en el olvido  las  justas demandas de las víctimas y de sus familiares, los que todavía no encuentran justicia, ni la posibilidad de un acercamiento mínimo a la verdad histórica, por parte de una derecha  tan hipócrita y totalitaria, como la representada por el fascismo español y sus actuales herederos

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).